Al caer de la lluvia sobre la piel tensa del paisaje (Bosco)
Al caer de la lluvia sobre la piel tensa del paisaje
suena un redoble de ejército en marcha, como si los sueños
con su uniforme rojo, de gala y su morrión,
hubieran regresado de los lejanos países: el fracaso
y el olvido,
donde los desterré un día, convencido
de haber librado ya las últimas batallas de la guerra de la vida.
Esta tarde, sin embargo, ahora que miro,
desgarrado y maltrecho el que desfila
es
el ejército recién vencido,
que camina al paso
de la melancolía, redobles del tambor de la lluvia sobre la tierra, esas gaitas,
que lloran.
Jamás sabré explicar a los soldados que ninguno
debería haber sobrevivido, sobrevivir a la batalla. Que las batallas
deberían acabar siempre con la muerte de todos los soldados
de los ejércitos contendientes, vencedor y vencido,
puesto que ha sido el mismo
fuego, la misma hoguera de la batalla en que acaban de arder sus almas todas,
humeantes entre la algarabía de pájaros asustados que vuelven
en busca de la esperanza de sus nidos, que ya no existen.
No hay árboles ya, ni hombres,
ni paisaje, que va lavando la lluvia, apagándolo,
arrastrándolo hasta el río, que se lleva la última imagen,
como una vieja fotografía, camino del mar, de la mar,
del horizonte antiguo, harto de soles,
de la incógnita eterna, que nos aguarda. -
suena un redoble de ejército en marcha, como si los sueños
con su uniforme rojo, de gala y su morrión,
hubieran regresado de los lejanos países: el fracaso
y el olvido,
donde los desterré un día, convencido
de haber librado ya las últimas batallas de la guerra de la vida.
Esta tarde, sin embargo, ahora que miro,
desgarrado y maltrecho el que desfila
es
el ejército recién vencido,
que camina al paso
de la melancolía, redobles del tambor de la lluvia sobre la tierra, esas gaitas,
que lloran.
Jamás sabré explicar a los soldados que ninguno
debería haber sobrevivido, sobrevivir a la batalla. Que las batallas
deberían acabar siempre con la muerte de todos los soldados
de los ejércitos contendientes, vencedor y vencido,
puesto que ha sido el mismo
fuego, la misma hoguera de la batalla en que acaban de arder sus almas todas,
humeantes entre la algarabía de pájaros asustados que vuelven
en busca de la esperanza de sus nidos, que ya no existen.
No hay árboles ya, ni hombres,
ni paisaje, que va lavando la lluvia, apagándolo,
arrastrándolo hasta el río, que se lleva la última imagen,
como una vieja fotografía, camino del mar, de la mar,
del horizonte antiguo, harto de soles,
de la incógnita eterna, que nos aguarda. -
1 comentario
Anado -
Un abrazo.