El maleficio del sol
Y allí estaba ella, de rodillas ante aquel que le negó el amor.
Con los brazos en cruz y lágrimas resbalando por sus mejillas, acariciando la pálida y hermosa tez.
Desnuda ante el sol se presentaba, orgullosa a la vez que asustada. La brisa del mar la abrazaba. Los primeros rayos asomaron por el fino manto de las nubes; la joven cerró los ojos y apretó los labios.
Su pelo negro serpenteaba en el largo cuello, ocultando la lenta muerte que le aguardaba.
Él corría por entre las rocas, escuchando su respiración y aturdido por su pensamientos. La manta entorpecía más sus pasos.
La blanca piel de su amada se desvanecía en ardiente pesar mientras el mundo despertaba de su sueño. El mar embravecido salpicaba la blanca desnudez de la amante. Poco a poco, las cenizas se mezclaban con la espuma.
Él llegó a tiempo para contemplar como el grácil rostro se despedía. Su última sonrisa se mezcló con las lágrimas y él cayó tembloroso por la ira, con un punzante dolor en el pecho. Ella desapareció por completo mezclándose con el fresco viento. Las cenizas se esparcían por las nubes.
Ella ahora era aire; él escuchó su voz en su oído, el murmullo del viento la acompañaba; "te amaré siempre", repetía.
Y él, abatido por el sufrimiento del suicidio de su amada, miró con ira al sol que los separaba y un doliente grito brotó de su garganta.
Con los brazos en cruz y lágrimas resbalando por sus mejillas, acariciando la pálida y hermosa tez.
Desnuda ante el sol se presentaba, orgullosa a la vez que asustada. La brisa del mar la abrazaba. Los primeros rayos asomaron por el fino manto de las nubes; la joven cerró los ojos y apretó los labios.
Su pelo negro serpenteaba en el largo cuello, ocultando la lenta muerte que le aguardaba.
Él corría por entre las rocas, escuchando su respiración y aturdido por su pensamientos. La manta entorpecía más sus pasos.
La blanca piel de su amada se desvanecía en ardiente pesar mientras el mundo despertaba de su sueño. El mar embravecido salpicaba la blanca desnudez de la amante. Poco a poco, las cenizas se mezclaban con la espuma.
Él llegó a tiempo para contemplar como el grácil rostro se despedía. Su última sonrisa se mezcló con las lágrimas y él cayó tembloroso por la ira, con un punzante dolor en el pecho. Ella desapareció por completo mezclándose con el fresco viento. Las cenizas se esparcían por las nubes.
Ella ahora era aire; él escuchó su voz en su oído, el murmullo del viento la acompañaba; "te amaré siempre", repetía.
Y él, abatido por el sufrimiento del suicidio de su amada, miró con ira al sol que los separaba y un doliente grito brotó de su garganta.
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