La décima musa
Un igual a los dioses me parece
el hombre aquél que frente a ti se sienta,
de cerca y cuando dulcemente hablas
te escucha, y cuando ríes
seductora. Esto – no hay duda – hace
mi corazón volcar dentro del pecho.
Miro hacia ti un instante y de mi voz
ni un hilo ya me acude,
la lengua queda inerte y un sutil
fuego bajo la piel fluye ligero
y con mis ojos nada alcanzo a ver
y zumban mis oídos;
me desborda el sudor, toda me invade
un temblor, y más pálida me vuelvo
que la hierba. No falta – me parece –
mucho para estar muerta.
el hombre aquél que frente a ti se sienta,
de cerca y cuando dulcemente hablas
te escucha, y cuando ríes
seductora. Esto – no hay duda – hace
mi corazón volcar dentro del pecho.
Miro hacia ti un instante y de mi voz
ni un hilo ya me acude,
la lengua queda inerte y un sutil
fuego bajo la piel fluye ligero
y con mis ojos nada alcanzo a ver
y zumban mis oídos;
me desborda el sudor, toda me invade
un temblor, y más pálida me vuelvo
que la hierba. No falta – me parece –
mucho para estar muerta.
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